Mi "derecho a soñar"

Hoy que lucho contra el sueño. El deber me llama a la cama para no cabecear en las mañanas de Reina Mercedes, pero más fuerza tienen estas palabras. Y lo grito hoy que dudo. Que te dudo. Que la incertidumbre del amor entra por mi balcón entre las rendijas de la persiana echada. Porque hoy siento que SI. Que tú puedes ser por mi SI. Un SI claro, alto e inequívoco. Sin tartamudeos adolescentes ni nervios precoces. Un SI desde el corazón que intuyo que tengo bajo el logo de mi camisa de cuadros. Un SI arrebatador, irónico y fugaz. Que se deshace en nuestras bocas mientras nos acariciamos con los labios. Un SI duradero en las tardes de penumbra lluviosa urbana. Un SI cristalino observado a través de nuestros cristales. Que nítido nos refleja nuestros ojos ilusionados. Ojos faltos de un miedo pasado. De un terror anterior. De cuando los abrazos que nos cobijaban no nos merecían entre ellos. Hoy me acuerdo de nuestro futuro. Lo recuerdo como si hubiera sido mañana. Añoro nuestro futuro. Sueño con poder recordar estas palabras de madrugada otro día. Sueño hacerlas felices. Releer entre sonrisas estas lineas más adelante. Remojarme los labios entre estas palabras y empaparme de lo que ahora significan. Contener la respiración con los ojos cerrados mirando. Mirándote. Hoy me reflejo en mi mismo y me doy la enhorabuena. Vuelvo a la senda partiendo mi esparto hecho suelas mientras sonrío. Vuelvo a recordar nuestro derecho a soñar. Galeano me lo dijo antes de que yo pudiera escucharlo. Por eso, yo te lo digo a ti. Hoy te lo digo a ti. Sueña conmigo como yo sueño contigo. Porque aunque el sueño no se cumpla, nos quedará una sonrisa perenne viéndonos juntos. Soñemos. Podemos. Debemos. Nos lo merecemos. Tenme fe.

La caña ¿equivocada?

Hoy te cuento una historia. Un resumen extraño y metáforico de mi verano. Un buen verano. Yo la estoy releyendo mientras la escribo y no entiendo muy bien lo que pone, así que si comprendes algo, dímelo.

Entregaba el último examen y la ilusión por el verano que empezaba me hizo comprarme una caña. Rompí la hucha y gasté todos mis recuerdos en pagarla. Me la hice a medida. El verano pasado fue el peor de mi vida y no podía permitir pasar otras vacaciones sin pescar... o por lo menos, sin intentarlo. Así que fui a la tienda y pedí una que atrapara todo tipo de especies. Elegí el color, el tamaño, el tipo de hilo, los anzuelos,... Una caña única que pescara como las demás. No me importaba el precio, pero la quería eficaz. La caña que había usado durante la primavera me había salido magnífica, pero no me valía para el periodo estival. Por ello, fui al mismo sitio y pedí otra igual, pero para el verano. El dependendiente me la dió y me dijo que era lo mejor que tenía. Que la probara una noche, y si no me satisfacía, la podía devolver. Salí exultante de la tienda dispuesto a montarle el hilo en casa y probarla esa misma noche. La primera noche despues de los exámenes. Todos los peces en el agua preparados para morder mi anzuelo. La limpié, le puse el mejor cebo que tenía y salí a usarla. El resultado fue magnífico. Pesqué un pez extranjero que casi no opuso resistencia, pero lo devolví al río (latino) por compasión. Los primeros días con la caaña fueron fantásticos. Todo tipo de peces cayeron en mis viejos anzuelos.
Una vez estaba probada su eficacia, decidí llevármela de viaje. 5 días de pesca en las islas. Cantidad de peces de todas nacionalidades y un equipo de 7 pescadores (algunos sin licencia) preparados para el combate. Pero la caña no funcionó del todo bien. Pesqué algo, porque allí era imposible irse sin pescar. Los peces se te subían al barco y se hacían los muertos. Volví del viaje enfadado conmigo y con el vendedor de la maldita caña. No terminaba de averiguar porqué la caña funcionaba cada vez peor. Llegué a mi casa malhumorado y repensándome todas mis técnicas pesqueras. Eso ocurrió en la primera mitad de Julio.
Algunas noches más tarde en la playa, contaba mi problema con la caña a un amigo. Estábamos sentados en una muralla con un poco de alcohol para recordar. De repente, la caña se puso en pie y lanzó el anzuelo sola. No vi donde cayó, pero una amiga mía tuvo el detalle de ir a buscar el final de mi hilo. Volvió sonriente con un pez precioso enquistado en su punta. Yo lo liberé, y cuando creía que lo tenía a mi merced, se me escurrió entre las manos y lo perdí de vista. Me acosté esa noche aún más contrariado. Furioso por mi poca destreza con las artes de la pesca y tranquilo por haber visto que tipo de especies atrapa mi caña.
Ahora tengo dos opciones. Devolver la caña y comprarme una como la que tienen todos. Una que coja lo normal en cantidades aceptables o seguir probando esta. Una caña extraña que cambia de objetivos según el día y que tiene la intención de dejarme aturdido y feliz ahorcado por sus hilos. Además, creo que la garantía ya ha expirado. Por ello y porque por algo la elegiría mi subconsciente, digo yo. Me parece que me volveré a hacer caso y me quedaré resignado con mi torpe y única caña. Con mi caña a los pies de la cama. Esperando que pique el pez con el que sueño todas las noches.

Bernárdez

Hoy vuelvo con él. Francisco Luis Bernárdez. Ya hablé de él gracias a Barbeito. Pero repito. Revisando los polvorientos archivos de mi blog, rescato de nuevo a este argentino brillante. Por si no tuviste la oportunidad de leerlo cuando se estrenó en este blog, aquí vuelve uno de mis poemas favoritos. Aunque mañana escriba algo y lo eche para abajo en el blog, aquí queda mi segundo homenaje a este poeta. Que lo disfrutes.


Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,

si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.

Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.

Porque después de todo he comprendido
por lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.


Francisco Luis
Bernárdez

No me gusta el tipex

Así es. Hoy me he acordado de lo mucho que me disgusta el tipex. Nunca me dio buena espina un aparato que expulsa líquido blanco por la punta. No soy partidario de tapar mis letras. Prefiero que veas que yo también sé equivocarme. Prefiero que compares lo que escribí justo después con lo que tachado, y decidas si he hecho bien en desecharlo o no. Además, odio esa perfección. Me revienta ese folio perfectamente presentado sin borrones. Siempre me dieron coraje los que conseguían ese paraíso del punto extra por buena presentación. Será porque mi condición de zurdo me negaba ese premio. Prefiero ser un sucio zurdo a un tipexeador de poca monta.
Yo nunca lo he utilizado. Lo prometo. Nunca me gustó tapar mis errores y hacer como si no hubiera pasado nada. El tipex es una manera de mentir como otra cualquiera. De esas que utilizamos a lo largo del día, como meter relleno en el sujetador o en los calzoncillos. O como echarnos el flequillo sobre la postilla en una noche de viernes. El tipex nos falsea. Muestra una imagen distorsionada de nuestra realidad. De como nos lanzamos a escribir sin pensar y luego tenemos que tacharnos. Y taparlo con más de lo mismo para que no se vea. Por ello, elijo ver una maraña de tinta a enterrar mis letras bajo tierra blanca y mandar al olvido caracteres. Pido memoria histórica para las palabras que murieron bajo la solución final del tipex. Para las que quedaron sepultadas tras ríos impolutos porque no eran lo suficientemente buenas para vivir con el resto. Solo porque su creador pensó que carecían de contenido y decidió asesinarlas.
Y no solo eso. El tipex mancha nuestro querido estuche. Con lo bonito que es nuestro estuche. Yo no pegué una hora esperando en la papelería para comprarme un estuche de los Power Rangers y ver como me lo tapizan de blanco por dentro sin avisar. Me niego a eso. Mi dinero me ha costado. Además, también es traicionero. Seguro que si lo buscas desesperado en un examen, se ha secado y te deja tirado con tus palabras inservibles y teniendo que recurrir al denostado borrón. Por eso quiero que sepas que si errar es humano, más humano es echarle la culpa a otro y decir que me han movido mientras escribía.

Música para las heridas

Me viene mejor mi iPod que el Betadine para curarme las heridas. Cicatrizan mejor cuando voy con los cascos puestos en el cercanías o camino del estadio. Duelen menos cuando me hablan sus letras. Cuando las notas hacen acarician mis brechas suavemente. Haciéndole cosquillas a los glóbulos rojos. Estas heridas no se ven, a menos que las mires a través de mis ojos. Estas heridas que tengo (aunque tú no lo sepas) las noto menos si no las escucho retorcerse en mi cabeza. Lo peor es que la mayoría de ellas son autolesiones. Paranoias, incertidumbres que se me clavan, dudas terribles sobre cosas maravillosas, cobardías que he ido acumulando con los años, resoplidos tras derrotas y un enorme charco de etcéteras.
Estas secuelas duelen, pero 17 minutos de Krahe me valen para saber que el tiempo sanará mi mayor herida. Siguen doliendo, pero se quedan en rasguños cuando la guitarra eléctrica de Uoho hace un solo infinito camino de mi portal. Y casi se me olvidan si me suena Silvio antes de escribir esta entrada. Me toco el costado y siento aún el puñal atravesado, pero Xhelazz me lo saca para que pueda seguir respirando un ratito más. Lo que dure el track. También noto como brota sangre y empapa mi camisa de pensamientos, a pesar de que retumbe Duo Kie bajo la fría ducha.
Mis artistas favoritos a veces me dan una prórroga para saber si llegará el final feliz soñado o me quedaré sin sangre en medio de tu batalla. Ellos me tienen enchufado por respiración asistida a su música, pero yo busco otro enchufe. Uno que no me cobre batería y que me dé los buenos días.

Another adaptation

Me encanta adaptar. Nunca plagiar, que para eso ya está Shakira. Yo hablo de coger algo y hacerlo medio mío. Transformar el significado del texto respetando las estructuras. Y me encanta adaptar al poeta de los cedós. Al trovador de Gomez-Millán. Al liricista de los olvidados por sus padres en las puertas de las guarderías. Me encanta hacerlo. Hacérselo. Que el vea mejoradas sus creaciones. Se lo merece. Sus estructuras poéticas, tambien. Ahí va mi última desfachatez hacia su arte y, de paso, hacia su persona:


CRAFTSMANRED

A veces creo
que sólo he vivido lo que jugado,
lo que dejo como un legado
de puntos PES sobre la memory card de algún principiante
del gol y del último despeje.

Si mi vida son sólo partidos,
dejad que me recueste en mi consola,
como un rey de cuadrados y R2,
embobado y embebido por la antigua
y noble pérdida de tiempo
que es jugar al Pro.

Como un artesano
dejo correr al extremo
hasta que cae un balón entre sus pies.
Le quito las briznas de hierba y la cal
-por la mañana encontré el mando en la cama-
y me quedo mirándolo,
embebido, embobado mientras viaja al área.

Por la noche,
cuando nuestras Konami Cup´s
son dos peces boqueando,
decido dejar de buscar
el pase al hueco señalado
para mojarme en tu mar de pases de la muerte.

Me insulta
que guardes tanto juego de rol
escondido entre tus libros.

No sé escribir

Yo no sé escribir. No sé escribirte a ti que me lees, ni a ti que has entrado aquí por casualidad. Incluso, ni a mí. No sé hacerlo. Me entristezco a veces por ver que no me gusto hecho palabras. Que no llego al nivel que me medio me exijo. No se me salen los sentimientos por los dedos cuando aporreo las teclas de mi computadora. Y eso me enrabieta, aunque despues me entregue resignado a mi destino como escritor frustrado amante de la escritura. Esto también me pasa con la pintura. Mi madre pinta y le cojo medio envidia cuando veo la facilidad con la que se desenvuelve con el pincel y el lienzo en el balcón de mi casa. A veces me volvería cartesiano por un momento y suscribiría esta frase: Daría todo lo que sé, por la mitad de lo que ignoro. Pero no. Porque algo si CREO que sé...


Yo solo sé mirarte, decir algo y rezar porque sonrías. Aguantar esa décima mientras mi voz viaja a tu oído y ver como gano. Eso sí se hacerlo. Y me encanta. Amo esa sensación. No cambiaría la capacidad redactora de los grandes literatos por mi capacidad para hacerte sonreír. Para arrancarte una sonrisa. Verte reír es mucho más satisfactorio que verme reflejado en un magnífico texto mío. No sé que se siente cuando uno lee algo suyo y se enorgullece por completo. Supongo que será grandísimo o quizás esa sensación no exista por culpa de la autoexigencia del artista literario. Pero si sé que es hacer reír y darme la enhorabuena por poder o saber hacerlo. Hacértelo. Por eso creo que lo mío también es arte. Otras artes. Artimañas para desarmarte y poder ver de nuevo tus dientes en armonía con tus labios abriéndose. Mostrando el esplendor tu cara. No existe nada más bello que alguien riéndose. Que tú riéndome. Y con saber esto, hoy me basta. Mañana ya veremos, miarma.

Mis sabias de verano


- (Mientras hacen un crucigrama después de comer). Mira, tienes que estudiar mucho porque la sabiduría es el mejor tesoro que podrás tener.
- ¿Pero con sabiduría puedo comprarme un Calippo?
- No, pero descubrirás que los mayores placeres no se encuentran en las cosas materiales.
- Ah.
- ¿Lo has entendido?
- Si. ¿Pero tú has entendido que no quiero más palabrería y que quiero un Calippo?

Becquer, mármol y tú


- Oye, ¿Tú qué opinas de los hombres?
- Pues que voy a opinar, hija... Si llevo un siglo aquí sentada esperando.
- Quizás debamos levantarnos y buscarnos nuestra media naranja de mármol.
- ¡No digas tonterías! Ha dicho Becquer que esperemos aquí hasta que uno nos entre.
- ¡Ojú! Yo quiero un novio.
- ¿Un novio cómo? ¿Alto o bajo? ¿Rubio o moreno?
- Que más da rubio o moreno, el caso es que esté bueno.
- ¡Anda niña! Cállate que esa nos está mirando...

From Caleta to sky

El viento (levante increíble) y la llamada del alcohol me situaron en Cádiz este fin de semana. De Cai puedo decir poco a estas alturas. Hay cientos de pasodobles que definen mucho mejor que yo que es Cádiz. Tanto para lo bueno como para lo malo. Así que busquen y escuchen. De Valdelagrana solo les puedo decir que relax y suciedad en la orilla son elementos fundamentales en un fin de semana allí. Ya el domingo cogí el camino ferroviario mientras leía El Proceso de Kafka. La juventud me miraba extrañada con sus neveras y lotes en la mano. Quizás pensarían que por leer en el tren no tengo más aguante que ellos con un tubo de whisqui en la mano. Ilusos. Ningún cani me tumbó y la botella de DYC cayó casi en su totalidad. Todo esto sin repetir el maravilloso y lamentable espectáculo que di el pasado año. Esta vez nadie me enterró y me mantuve en pie casi toda la noche. Magnífica noche la transcurrida. Chicas bonitas, viejos amigos, olor a carne, hamburguesas de un euro y un sinfín de cosillas que se quedan para uno.
Además de alcohol, barbacoas enanas y focos deslumbrantes en la playa, también hubo fútbol. Poco, pero hubo. Quiquangésimasexta edición del trofeo Carranza ¡Toma ya! Y mi equipo, que es mucho de jugar este trofeo, se personó en el estadio gaditano para dar una imagen pobre en líneas generales. Tercero. Lo mejor del trofeo fueron los cascos de cierto periolistillo gaditano en modo inalámbrico por la cal y una tangana magnífica a pleno sol para acabar el periplo sevillista en el torneo.
Y por hoy basta. El cansancio me espera tumbado en la cama y se impacienta. Vuelvo al estudio estival. A las bibliotecas con los de siempre. Lo dicho: Un Carranza más a mis espaldas. Grandes churros en el Bar STOP.

Jardinero de poca monta

Buena manera de definirme. Un jardinerillo de tres al cuarto. Hoy caí en la cuenta de ese detalle. Me levanté de la siesta con energía y decidí tachar una tarea de mi lista de tareas pendientes del chalé. Y así complacía los deseos de mi padre de que le ayudara con las labores campestres. Así que me enfundé los guantes y trinqué las tijeras de podar. Me encaminé hacia mi objetivo: la fachada, la cual estaba descuidada y peligrosa para los viandantes. Llegué y empecé mi labor.
Al poco me di cuenta que no iba a ser tarea fácil. Rascarse las hormigas que entraban por mi espalda con un guante de jardinero lleno de hierba no es tarea sencilla. Casi me arañaba más que dejando a los insectos que hicieran con mi lomo lo que quisieran. Cuando me acostumbré a su deambular por mi cuerpo y la parte más baja y más fácil del muro estaba podada y con un aspecto medio decente, hice un pequeño descanso. Me senté en el carrillo de mano tras casi una hora de jardinería casera. Me distraje un rato viendo pasar coches y contando cuantos iban en moto sin casco. Cuando más inmerso estaba en mi labor calculadora, apareció mi padre para observar que car... estaba haciendo. Reprimenda y de vuelta al trabajo. La parte superior fue un calvario. No disponía de escalera, lo cual me obligaba a alzar los brazos por encima de la cabeza. Este movimiento continuo provocaba que se me cogieran los músculos de la espalda. Mala cosa esa. No se lo recomiendo a nadie. En ese momento el calor seguía apretando y poco veía por el empañamiento constante de las gafas. Tampoco les recomiendo limpiar las gafas con unos guantes puestos. Y por supuesto, tampoco es bueno para el cristal que le caigan pinchos de buganvillas y otras especias parecidas. Son cosas que aprende uno. La gente no dejaba de pasar. Un niño me pidió una flor para llevársela a su madre. Todo muy bonito en medio de aquella maraña de ramas punzantes y hojas imposibles de barrer. Las ocho de la tarde marcaba mi móvil y varias llamadas perdidas dentro de él. Poco quedaba. Pero lo que quedaba, tenía guasa. El sudor y la sangre se entremezclaban por mi brazo para acabar goteando levemente en el acerado. Mi cuerpo pedía clemencia, pero mi cabeza sabía que ese trabajo había que terminarlo. Por mi padre y por mí. Por demostrarme que no solo se escribir sandeces en este lugar virtual. Y lo conseguí. El sol se escondía en el horizonte de Espartinas y yo entraba de nuevo en la casa con el carrillo lleno de restos de poda. Restos de una guerra donde, como siempre, no hubo vencedores. Solo vencidos. Volqué el carrillo en el arriate emplazándome a la siguiente labor: cortarlo, meterlo en bolsas de basura y tirar las bolsas. Eso será otro día. Por hoy me he movido demasiado.
Conclusión: No creo que me gane la vida trabajando de jardinero, pero para haberlo hecho de balde, no creo que haya quedado tan mal.

Ilusiones miópicas

Esta entrada iba a tratar sobre las dudas que tengo en varios aspectos en este momento. Pero he decidido que no. Tenía escrita una parrafada enorme donde hablaba de la duda. Un texto medio trabajado con enlaces interesantes y con autobiografía de la descarada. Pero no. Borro ese texto, hago esta aclaración y me dispongo a hablar de la ilusión. Porque la vida es así. Mi vida es así. Las cosas cambian y me encanta improvisar.
Y la ilusión me viene a la cabeza hoy. Me imagino mi futuro próximo y se me esboza una sonrisa de orejona a orejona. Y eso que me queda un mes de estudio complicado. Pero el estudio no tumba mi ilusión. Tengo ilusión: por una nueva temporada, por las nuevas compañías, por un nuevo curso con proyectos, por un viaje a Chile que hago en Septiembre, por el etcétera que no todavía no sé y que me sorprenderá (seguro que) gratamente a la vuelta del bloque. Además es una ilusión acompañada por esa bella incertidumbre que se acompaña de esperanza y confianza. Quizás sea una ilusión que proviene de iluso, pero no me importa. Iluso es un estado placentero y feliz. Un incomprendido que vaga entre sus nubes.
Y a mi ilusión hay que ponerle música con un hit de hace tiempo de un grupo olvidado injustamente. La Cabra Mecánica vuelve y lo hace a mi blog por la puerta de la ilusión y de los ilusos orgullosos. Dale Lichis.

Hotel Megane

Vengo de Rota. ¿Otra vez? Otra vez, miarma. Allí, afortunadamente, todo sigue igual. Fueron las Fiestas de la Urta, como rezaba el cartel luminoso a la entrada del pueblo. No podía fallar. No debía fallar. No tenía casa. Tampoco ganas ni dinero de pagar un alojamiento decente. Tampoco encontré casamiga que me acogiera. Así que... al coche. Es lo que hay. Hotel Megane (habrá fotos por tuentaso pronto).
Es curioso como el hombre pone a prueba su cuerpo sin razón. O a lo mejor había razones, aunque a uno le cueste reconocerlo. Las razones de siempre. Las que a uno le hace coger carretera y toalla y plantarse donde haga falta. El motor del mundo no sé nombrarlo, pero sé que funciona. Aunque tenga problemas de manguitos, sigue tirando. A ver donde nos lleva...
En otro orden de cosas tengo que decir que el litro de whisqui circula aún por mi cuerpo. Lo noto viajar por las venas obstruidas por sandwiches del carrefú. Mi forma de beber asusta. Porqué negarlo. Asusta. Bastante. Pero ver las caras de la gente tampoco tiene precio. Aunque uno se pueda sentir como una atracción de feria bebiendo los cubatas en 2 o 3 segundos, uno nota la admiración en sus miradas. Admiración. Tampoco tiene sentido esa admiración. Y lo peor es que paro porque el lote es compartido. En el fondo soy un trozo de pan. Un pan revenío, pero pan. Bueno se me fue la olla. Empecé este párrafo filosofando sobre el hombre y sus límites, y he acabado declarando mis problemas con el alcohol. Es lo que hay...
Tampoco sé (o si) porque pongo este vídeo. Pero lo pongo. No busco respuesta (o si). No lo sé... Cada vez sé menos. Involución digo yo que será. Como diría Gordo Master, dar un paso para atrás para poder dar treinta hacia delante.