Ochoa ya está aqui...

Con esa frase se inicia una bestial cancioncilla que acabará con un combinado de whisqui barato y Coca-Cola bajando por mi garganta. Es uno de esos rituales que en mi cerrada y corta pandilla se hace desde tiempos inmemoriales: empezar cada lote con lo que se denomina en el lenguaje etílico como sanfajardo. Esto consiste en beberte un cubata bien cargado de un tirón y después poner pose de hombretón como si el latigazo no te hubiera afectado. Tan absurdo como reconfortante.
Pues bien. Este verano lo estoy practicando con mucha frecuencia. Demasiada para algunos. No se si es porque los años le hacen a uno soportar mejor estas cosas o porque es bastante divertido cuando el alcohol asciende hasta la testa. Además, como dijo un poeta jerezano: Desconfío y casi nunca me equivoco de la gente que habla mucho y bebe poco. El basarme en un poeta me hace ver el alcohol como más inofensivo y eso me hace dormir tranquilo aunque mi hígado me insulte a deshora. Es de los pocos vicios malos que albergo. Que Silvio lo hiciera, lo justifica aún más. Aunque esa manía suya por beberse hasta el alcohol para limpiar las mesas de sonido, juntado con el cigarro comprado en el estanco de Fernando IV, se lo llevaran de nuestros escenarios taifas.
No tengo más que decir. Les dejo con la archiconocida canción antes de marcharme a otra playa seguir sanfajardeando. Espero volver:


Ochoa ya está aquí,
ya está aquí con su copa en la mano,
viene dispuesto a morir,
gracias por haber llegado,
dale un buchito,
que no,
dale un buchito más largo,
y ahora que has bebido,
pasa la copa a tu hermano.