La puerta de mi facultad por la tarde

Es una fiesta de la primavera improvisada. Tribus urbanas unidas por el tabaco de liar que llegan en buses, coches, motos y bicicletas. Se sientan en los poyetes y esperan a que se les haga tarde para subir a clase. Los profesores se pasean inertes entre corrillos de carpetas forradas y piercings. Una máquina de refrescos observa su inutilidad junto al cartel que anuncia la próxima huelga estudiantil. Frente a ellos, una columna hace de inmobiliaria con carteles que ofrecen y buscan piso. Tiritas con números cuelgan de ellos. Llego y leo las (siempre) lúcidas descripciones: 

SE BUSCA COMPAÑERO/A DE PISO ORDENADO/A Y 
LIMPIO/A. ZONA MACARENA. LUZ, AGUA Y WIFI INCLUIDO
EN LOS 225€/MES. PREGUNTAR POR SOFI

Los examino todos y me siento cerca de la rampita para minusválidos o proveedores del comedor. Una me pide fuego, pero no fumo. Dejo la bandolera en el suelo y miro a los que bajan del C1. Se acercan en manada, van entrando, uno me pisa con botas Timberland y desaparecen. Es la hora. En concreto, las 3 y 32. Me levanto y me voy. Saludo con las cejas a uno con la camiseta de Garnett y cruzo el umbral de cristal llamado puerta. Ese que separa la zona de fumadores de la zona de clases infumables.

La cárcel del coche

Era mi primera visita a la cárcel tras aquella espantosa tarde. Pero se lo prometí. Mientras caminaba hacía allí recordaba todos los buenos momentos junto a él: los domingos en el Elefante Azul o las noches interminables escuchando la radio en el Lipa. La nostalgia me invadió hasta que me topé con los barrotes verdes que sujetaban aquel siniestro cartel: DEPÓSITO DE VEHÍCULOS. Se me hace un nudo en la garganta con solo recordarlo.

Me planté frente a la puerta blanca de la garita, tomé aire y llamé. Abrió un rudo carcelero vestido de amarillo y negro. Me registraron por si traía recambios. Buscó en el mapa e indicó la plaza de mi visitado. Fue muy duro el camino por allí dentro. Vi coches llorando aceite, motos pitando de rabia e incluso varios Land Rover abusando de un pequeño Smart. La jungla del asfalto allí reunida. 

Por fin llegué a él. Toqué la ventanilla del copiloto y se abrió. Era mi coche. O mejor dicho, lo que quedaba de él. Casi ni podía encender los faros del cansancio. Hasta le costaba sintonizar KissFM. Los días allí deben ser muy largos. Viendo entrar y salir compañeros. A pocos metros de la libertad y tan lejos de la esperanza. Me contó que se come muy mal. Que la gasolina es garrafón y que solo los arrancan los fines de semana. También me susurró que tiene que compartir la plaza con un Vespino viejo y verde.

Yo aguantaba las lágrimas como podía mientras él me pedía que lo vengara. Le dije que había localizado al de AUSSA que lo detuvo y que recibiría su merecido. Eso lo calmó. Esbozó una leve sonrisa con su parachoques delantero que interrumpió el carcelero pidiendo que me marchara. Le di un beso en el volante y salí de aquel lugar lo más rápido que pude.

Mientras volvía (andando) me preguntaba si yo también tuve algo de culpa. ¿Dejarlo mal aparcado en aquella rotonda estuvo bien? Quizás él no tiene la culpa y es el producto de una sociedad implacable con los que no siguen las normas establecidas. La rebeldía se paga cara en esta ciudad. #ToyotaLibertad

La chica del autobús

Esa chica del autobús que me mira con ansiedad. Ojos negros, vestido azul. Estoy inquieto. Inseguridad. Yo la miro pero ella se me va. Nadie sabe mi secreto. En una esquina yo la veo. Yo la miro y se me va. Viento fresco entre las hojas, la caricia en el silencio. Dejo todo lo que tengo. Sus caderas en movimiento. Yo la vigilo y se me va. Esa chica del autobús de viciosa palidez. Ojos negros, vestido azul. Sigo inquieto de inseguridad. Yo la miro y ella que se va. Ella es mi sinvivir. Sus caderas, su menear. Su viciosa palidez. Ella es el no va más. Me guiña un ojo. Huelo tensión. Pero yo la sigo y ella se me va...

Poner la oreja

- Él, tocándole el hombro con toda la pinta de tener una moto de cross: Oye...
- Ella, con toda la cara de estar en un colegio de falda de cuadritos: ¡Tengo novio!
- Él, con la pose de "has quedado de creída": No, no... es que se te ha caído la rebeca.
- Ella, con la moral por las suelas de sus Vans: Ah, vale. Gracias (sonríe).

(El típico silencio incómodo en el que se analizan)

- Ella, que ya ha dejado de bailar con la típica amiga siesa: ¿Qué edad tienes?
- Él, que salió solo porque no caben dos en el cross: 22, ¿Y tú?
- Ella, con cara de tragarse hasta un Levante-Osasuna: ¿Cuántos me echas?
- Él, se pone guasón y le dice: Los que quieras y donde quieras...
- Ella, que es más corta que un fandango pregunta: ¿Cómo?
- Él, que se acaba de dar cuenta que ella tiene menos luces que un barco pirata: Nada, nada...Yo diría que 21.
- Ella, que se cree mayor porque fuma más que Coentrao: ¡Qué dices, tonto! Tengo 18 pa 19...
- Él, se hace el longui: ¿Ah, si? Pues pareces mayor. Se te ve madura... 

(Madura la tiene él ya y por eso tira de estrategia)

- Él, con más recursos que MacGyver: Joder, creo que me ha entrado algo en el ojo ¿Tengo algo?
- Ella, se acerca cándidamente al ojo del nota: Yo no veo nada.
- Él, sacando el estoque para rematar la faena: Acompáñame al baño a ver...

(Se marchan mientras sonrío)

FIN





*No sé que pasaría al final. No los volví a ver. Espero que él no perdiera el ojo ni ella la rebeca. Si te puedo decir que ella no tenía novio y él si. O sea, me encanta Sevilla.