La puerta de mi facultad por la tarde

Es una fiesta de la primavera improvisada. Tribus urbanas unidas por el tabaco de liar que llegan en buses, coches, motos y bicicletas. Se sientan en los poyetes y esperan a que se les haga tarde para subir a clase. Los profesores se pasean inertes entre corrillos de carpetas forradas y piercings. Una máquina de refrescos observa su inutilidad junto al cartel que anuncia la próxima huelga estudiantil. Frente a ellos, una columna hace de inmobiliaria con carteles que ofrecen y buscan piso. Tiritas con números cuelgan de ellos. Llego y leo las (siempre) lúcidas descripciones: 

SE BUSCA COMPAÑERO/A DE PISO ORDENADO/A Y 
LIMPIO/A. ZONA MACARENA. LUZ, AGUA Y WIFI INCLUIDO
EN LOS 225€/MES. PREGUNTAR POR SOFI

Los examino todos y me siento cerca de la rampita para minusválidos o proveedores del comedor. Una me pide fuego, pero no fumo. Dejo la bandolera en el suelo y miro a los que bajan del C1. Se acercan en manada, van entrando, uno me pisa con botas Timberland y desaparecen. Es la hora. En concreto, las 3 y 32. Me levanto y me voy. Saludo con las cejas a uno con la camiseta de Garnett y cruzo el umbral de cristal llamado puerta. Ese que separa la zona de fumadores de la zona de clases infumables.