Por lo menos lo escribo

Ya que no va a pasar, por lo menos lo escribo. Lo intento. Si no lo intento, tengo un 100% de probabilidad de fracasar. Intentándolo delante de todos ustedes también fracasaré seguramente. Pero prefiero quedar como un fracasado a fracasar por no quedar. Llevo ya unos años con el "por lo menos lo escribo" como eslogan para el blog y como actitud para la vida. Por lo menos lo intento. Que no se diga. Que no sea porque no te llamé o porque me asusté al verte tan guapa. Mi vocación de periodista preguntón y lanzado ayuda. Es la pizca que me hace ir cada vez más allá. Cada día le tengo menos miedo a tu NO. Lo peor que puede pasar es que pases por aquí y pases de mi. O que alguno comente entre risas el patetismo de mis palabras. Vale, me juego quedar mal. Si no lo hago, es imposible que ocurra. Oye, por lo menos lo escribo. Por lo menos, te escribo.

La repartidora

Hacía tiempo que no me traía nada. Creía que ya no trabajaba en ese bello oficio de saltarse semáforos y llevar comida a domicilios. Pero hace un rato abrí la puerta y allí estaba. La joven de pelo castaño con su casco integral en el codo y su bandolera rastafari. No la esperaba. Ella trabajaba en una pizzería y yo había pedido kebab. La verdad, no le pega estar un sábado por la noche trayéndome comida. Su sitio sería cualquier plaza rodeada de amigos y pipas. No conozco su historia, pero no tiene buena pinta. Repito. Más o menos veinte años, pelo rizado, alta y rápida con el cambio. Siempre le doy propina. Esta vez poca, pero antes de que volviera al ascensor no me pude resistir. Oye, ¿tú eres la que trabajaba en el Sloopy?

Me dijo que si y se le dibujó una sonrisa. A mi otra. El kebab estaba buenísimo.

Deshacer la maleta

Deshacer la maleta es volver a repetir el viaje. Veo de nuevo todo a través de la ropa. Sucia, gastada, disfrutada. Deshacer una maleta grande y verde como la mía es revivir un viaje largo y azul como el mío. Meto la llave, la giro y se abre. Chas. Aparecen mal dobladas las camisetas con restos de coloristas cócteles. Está la del graffiti de Banksy que sale en todas las fotos. Al lado, una bolsa blanca con mocasines negros que bailaron sevillanas en alta mar. En una esquina se arrincona un par de calcetines limpios que me sobraron. Aliviados, miran a los otros pares sucios, que siguen exhaustos tras las bellas caminatas. Camuflada entre la ropa interior hay una peonza naranja que clava su punta en la elegante bandolera de imitación que regateé cerca del Gran Bazar. Debajo asoman las camisas usadas. Las hay de cuadros que parecen manteles y algunas lisas muy sosas. En el fondo están pantalones. Y esparcidos los regalos. Lo de siempre. Postales para ti, llaveros para ti, monederos para ti y bufandas para mi. Cada objeto es un recuerdo. Una historia, una frase, un momento. Sonrío. Voy sacando la ropa y organizándola camino de la lavadora. La suelto en el lavadero y vuelvo a la habitación. Miro la maleta. Está vacía. De ropa y de vida. Yo cansado. Deshacer la maleta cansa. Debería irme de viaje y descansar.