Deshacer la maleta

Deshacer la maleta es volver a repetir el viaje. Veo de nuevo todo a través de la ropa. Sucia, gastada, disfrutada. Deshacer una maleta grande y verde como la mía es revivir un viaje largo y azul como el mío. Meto la llave, la giro y se abre. Chas. Aparecen mal dobladas las camisetas con restos de coloristas cócteles. Está la del graffiti de Banksy que sale en todas las fotos. Al lado, una bolsa blanca con mocasines negros que bailaron sevillanas en alta mar. En una esquina se arrincona un par de calcetines limpios que me sobraron. Aliviados, miran a los otros pares sucios, que siguen exhaustos tras las bellas caminatas. Camuflada entre la ropa interior hay una peonza naranja que clava su punta en la elegante bandolera de imitación que regateé cerca del Gran Bazar. Debajo asoman las camisas usadas. Las hay de cuadros que parecen manteles y algunas lisas muy sosas. En el fondo están pantalones. Y esparcidos los regalos. Lo de siempre. Postales para ti, llaveros para ti, monederos para ti y bufandas para mi. Cada objeto es un recuerdo. Una historia, una frase, un momento. Sonrío. Voy sacando la ropa y organizándola camino de la lavadora. La suelto en el lavadero y vuelvo a la habitación. Miro la maleta. Está vacía. De ropa y de vida. Yo cansado. Deshacer la maleta cansa. Debería irme de viaje y descansar.