Una estatua en la montaña

Y ya me vine con el sol. Salí de una concha para entrar en otra más cálida y familiar. Incluso más bonita si la miras a través de mi cristal. Las cosas finalizan, pero algunos sabores duran para siempre. Algún cansancio también hiere el cuerpo imperfecto y pasa factura cuando ya nadie se acuerda. Las cosas solo pasan y los actos solo quedan. Y aquí solos entre tantos seguimos recorriendo y superando. Solo por nosotros.

Cruce de caminos

Las espadas bajan de todo lo alto camino de la vaina y la tranquilidad. La carne se retira del asador y los duelos bajan de las cumbres. Los fines son tan ilusionantes como los comienzos. Y si son de ciclo, parece que los propósitos vuelven a las listas tras el estruendo y la furia, como diría Shakespeare. Las horas y los reyes muertos y puestos. Los atajos que no llevan a nada o son ineludibles cuando te empujan hacia ellos con pañuelos y silbidos. Ya solo queda el estruendo. La furia acabó y volvemos a observar las cenizas y los humos eternos. Con los cadáveres partiendo con una moneda en cada ojo, pero sin Caronte y su barca. Y todo nuevo resurgiendo como siempre. El comienzo ansiado tras el tedio ansiado. Las ganas de ese cambio quieto que veneramos. Los ojos abiertos relucientes frente al espejo. Mirándote y contando la vida como el idiota de Macbeth.