Un capote y madera

Los regresos son tristes. Y si duran casi 30 horas, aún más. La noción del tiempo es solo una broma pesada del que pintó la línea por Greenwich y decidió los usos que les daríamos a los husos horarios. Todo vuela cuando uno lleva 14 horas dentro de un avión entre un viejito argentino roncando y un hippie chileno constantemente en movimiento. Pueseso.
Volví. Había que hacerlo. Me echaba a mi mismo de menos por mi casa y creo que de más por algunos lugares. La extrañeza de no sentirme extraño fuera de mi casa fue acicate suficiente para extrañar mi suelo de mármol rojo frío. La humildad de la ostentación oculta de mi barrio no concuerda con la vida por las antípodas de la pobreza que se vive de donde vengo. Ahora solo queda recapitular. Sacar algo en claro para guardarlo dentro del oscuro baúl de los recuerdos imborrables. Las conclusiones de las reflexiones al otro lado del charco se tornan borrosas e inexistentes si no las miro con el filtro del pasotismo y la resignación. La felicidad junto a mi hermano solo es un paraíso terrenal que fugaz vuela desde Apoquindo al mar por la Cuesta del Rosario. No vuelvo mejor o peor. No regreso con una conciencia social decente tras ver como viven algunos pobres de dinero. Los labios cortados no hacen más que presagiar los próximos días. O eso opino yo. Las habladurías ya conquistan mi habitación y los MP esprintarán en breve las autopistas azules. Mientras tanto, aquí sigo.
Y prosigo. No queda otra. Busco fracasar estrepitosamente pero mi conciencia no me deja. Me busca las vueltas y me hago sonreír. Todo pierde importancia y le resta ansiedad a mis ilusiones si hablo paciente con mis pacientes. La lealtad a mis principios solo será el principio. Luego vendrán más teloneros y será un show irrepetible. ¡No se lo pueden perder!