Alfajores de recuerdos

Sigo aquí. Ya me hago un poco a esta urbe. A sus aguas que me dan problemas estomacales y a su rutina. Me recuerdo que vivo en un artificio. Un barrio monstruoso donde rascacielos y ejecutivos se mezclan con jardines y empleadas del hogar. Rascacielos superándose unos a otros. Pura metáfora de la vida en este lugar. Pero todas las mañanas me cojo el transporte y visito un barrio nuevo. Y me quito la venda del lujo. Salgo de Sanhattan y me adentro en casas viejas y remendadas con colores vivos. Mercadillos, artesanos, puertas de colegios, etcétera. La vida en la ciudad. En la capital de Chile. Esa que no se ve reflejada en los edificios que ahora miro mientras escribo (por ejemplo el de las foto). Donde la variedad se torna actividad. Miro sus calles añejas, sus parques con sus parejas besándose y sus tiendas pintorescas. Y vuelvo. Me monto de nuevo en el metro y salgo en otro mundo. Me cierro el chaquetón (aquí refresca por la tarde bastante) y subo y subo hasta mi casa provisional. Enciendo esta cosa y hablo. Paro y me asomo a ver si sigo aquí. Respiro y flipo. Juro que un escalofrío me recorre el cuerpo cada vez que me asomo a la cristalera del salón. A la izquierda, un imponente edificio del banco Edwars y a la derecha, los Andes. Simplemente son los Andes. La cordillera marrón que aparece en tu mapa cruzando Sudámerica. Me acongoja ver todo esto. Sentir el guacamole en el paladar mientras los anuncios de la ESPN Latina resuenan en el plasma de mi brother. Solo me hallo ahora en la casa. Apago la tele para concentrarme un poco y escribirte medio bien. Oigo el reggaetton de la vecina. Chile es otra cosa. Una experiencia enorme que no llego a transmitirte por aquí. Espero verte para contártela con el brillo en los ojos.