Las manos al cantar

Rick Astley tiene cara de buena persona. Canta con gracia y el videoclip de Never gonna give you up es fetén. Se desarrolla en varias estancias. Una es un bar que parece estar cerrando a tenor de las sillas sobre las mesas y el camarero limpiando vasos. A Rick, en ese espacioso local comercial, le acompañan dos mujeres que fueron figurantes en Grease. En otra escena, soleada y me temo que en un aparcamiento de supermercado, esas féminas visten colores vistosos y son amigas de Marisol. No salen cuando Rick canta con gabardina larga en lo que debe ser la escena de un crimen. Quizá los bajos de un puente europeo donde los vagabundos beben vino y las parejas finalizan sus paseos por la noche. Allí Rick sonríe y se contonea como él sabe. Centrando la atención en su tupé pelirrojo: la marca de la casa. Pero lo más importante no es eso. La clave de su éxito ochentero es cómo mueve las manos al cantar. Parece que boxea flojito o mueve los mandos de una excavadora en una obra. Podría hacer, si tuviera agujas de punto, una bufanda para el invierno. Son tres minutos y medio de incesantes zarandeos que contagian al resto del cuerpo. Es una cosa que no se puede aguantar de bonita.