¡Oh!

Eran redondas y perfectas. Bueno, a mi me parecían perfectas. Talladas casi. Bien o mal puestas. Igual me gustaban. Puedo asegurar que me llamaban. Me reclamaban. Yo las miraba con los ojos como platos soperos. Incrédulo ante esos prodigiosos círculos uno al lado del otro. Simétricos, proporcionados, esperanzadores. Hazme caso, insuperables. De bárbaro contorno e intenso color café. Pena que no llevara el móvil para hacerles una foto de escaqueo, por lo menos. No sé que más decirte de ellas. Sólo eran unas gafas, pero fueron mis primeras gafas de pasta y estaban en aquel escaparate. Por cierto, no las encuentro.

Un sueño en 100 palabras

Los focos estaban encendidos. Le dimos un euro al gorrilla y el césped resbalaba. Olía a hierba de estadio famoso. Me alargaron un sobre con dos cartulinas. Acreditaciones para contar cosas. Sonreí y me puse la chaqueta para la cena. Púo de comer. Era uno más. Después del postre se alargó la noche. Llovió y la almohada era pequeña antes de un día grande. Nesquik y a trabajar. Perdón, trabajar no. Disfrutar. Discutir de fútbol con hombres de fútbol. Danzar por la zona de prensa. Sentir las gafas clavadas por los cascos y la boca seca por el micrófono. Así.