Lo que vemos cuando me escuchas

Nuestra radio está en una torre de cristal azul. Tiene ascensores de hospital y una puerta modesta. Dentro, dos máquinas expendedoras de agua. Una funciona y otra no. Los vasos desechables duran poco. Hay dos habitaciones. En una el técnico de sonido con los botones y en otra nosotros con los micrófonos. Él la música, nosotros la palabra. Todos la radio. La habitación del técnico tiene una sofá naranja de El Diario de Patricia y una tarima de aula de facultad. Varios ordenadores y un ventilador antiguo acaparan la mesa beige de madera conglomerada. Una puerta con el pomo plateado separa las habitaciones.

La nuestra tiene ventanales enormes con persianas rotas. Un ventanal siempre está abierto y sirve de entrada para el aire acondicionado y los ruidos de la ciudad. Las paredes son blancas con paneles acústicos de triangulitos. Parece la sala de ensayo de Operación Triunfo. Hay una tele negra. La encendemos para ver el canal de noticias. Frente a los ventanales hay un cristal transparente como en las salas de interrogatorios. La mesa está en medio. Es redonda y la reina un tal Arturo. Hay tantos micrófonos como sillas de despacho. Los micrófonos son negros con la espumilla roja. Excepto uno que es verde, pero suena igual. Los cables se entrelazan diabólicamente por toda la mesa. Un papel con el teléfono de la emisora sobrevive entre los pies de micro. No cumple ninguna función la estantería de la esquina. Solo alberga una taza con bolígrafos, libros que nadie lee y discos que nadie escucha. Junto a ella, el cartel transparente con el nombre de la emisora. Ahí nos hacemos las fotos con los invitados. Luego, salimos y cruzamos la reja. Esa reja no es almonteña, pero para nosotros es un rito. Hacemos radio y nos gusta.

La Sole

"Encuentras la seguridad en la tristeza". Soledad Vélez

Las contradicciones son bonitas. La voz de esta chica también. Es poco conocida y muy chilena. Se hace acompañar de un señor mayor que toca instrumentos de cuerda extraños y tiene gafas muy graduadas. Ella, con guitarras marroncitas casi siempre, pone la voz. La VOZ. La clave de que esté aquí. ¡Cómo canta! Una negra de Nueva Orleans dentro de una chiquilla. Voz más profunda que la Fosa de las Marianas. Le quedan bien las gafas de sol oscuras y los planos medios. La puedes encontrar buceando un poco por la red. No te lo pondré fácil. Bueno, un poco si. Aquí la foto. El de la barba no es el hermano pequeño Alex de la Iglesia. Es el acompañante.

La historia de los (que estaban) gordos

Con kilos de más y autoestima de menos. Así eran ellos. No se conocían. Se miraron en la puerta del gimnasio. La primera impresión de él: "Vaya gorda de vergüenza". Ella incluso susurró al aire: "Encima de gordo, feo de coj...". O sea: contigo no, bicho. Aún. Si, si, aún. Porque 84 tardes después estaban merendando juntos. ¿Cómo? Fácil. Bueno, para ellos no fue sencillo deshacerse de la grasa y la inseguridad que tenían. Eso sí, esa merienda constó de zumos y tajás de sandía. Atrás quedaron los gofres, porque para dulces, ya se tenían el uno al otro. El monitor del gym encendió sin saberlo la llama del amor (y la cinta de correr). Los meses pasaban y ya ellos no pasaban del otro. Las miradas, bajas en calorías, se entrelazaban como las milhojas que desayunaban antes de conocerse. Poco a poco y kilo a kilo fueron engordando su amor mientras se libraban de lorzas acomplejadas. Todavía siguen juntos y su amor es tan fuerte como su monitor de spinning.

Es adorable. Se repudiaban por su físico y ahora están enamorados. Se gustaron al ir adelgazando y ya no importa lo que hayan adelgazado porque se aman. La paradoja de mejorar físicamente para dar una primera impresión que permita que se "enamoren" de ti y, ya una vez enamorado/a, no importe aquella impresión y seáis novios sin pensar en el físico. Me encanta esta historia.