El amigo obligado

A él no me lo presentaron. No apareció un día en mi vida ni me preguntaron si me caía bien. Él está ahí desde que me recuerdo. Acompañándome. Es casi tan alto como yo. Yo casi tan guapo como él. Todo fue culpa de nuestras madres. Nos obligaron a ser inseparables aunque nos separara un curso. Él era más pequeño, pero lo traté de igual hasta que me di cuenta que me superaba en muchas cosas. A partir de ahí, no me quedó otra que admirarlo. Si me conoces, lo conoces. O por lo menos, te suena. Creo que nunca escribí sobre él. Quizá sea tan cercano, que está en cada recuerdo de mi vida y mi vida son nuestros recuerdos. Nosotros, como Don Quijote y Sancho Panza, hemos ido contagiándonos el uno del otro mientras recorríamos estos veinte años. Ahora, en una noche de verano que comienza tras haber pasado la tarde juntos, me pregunto: ¿quién sería si no se hubieran cruzado nuestras vidas? Pues no sé. Seguro que otra persona que no quiero ser.