Miedo al cambio...

Si alguien leyera este blog se preguntaría porqué llevo varios días sin escupir palabras. No me he quedado sin inspiración. Tranquilos. He estado en la playa. Ese lugar atestado de gente que quema al pisarlo y que está lleno de arena pegajosa e incomoda que todavia tengo enganchada en mis pocos pelos de las piernas. Ah, se me olvidaba. Tiene agua al final. Me parece que alguien se dejó un grifo abierto. En este caso, el del agua fría.
Como comprenderán, no vengo a contarles mis mareos marítimos ni que casi me parto la rodilla al reventar una desencolada silla de madera mientras jugaba con Bob Marley a la videoconsola. Estos días he mantenido estos días charlas interminables en las madrugadas con personajes variopintos: un aspirante obamaniano a médico cántabro o aragonés (no lo sabe ni él), un ex-juez de la Inquisición disfrazado de capitán de barco desafortunado (o eso cree él) y una devoradora de series con muchos anuncios (o no. 2 anuncios y volvemos). Con ellos he hablado sobre muchos temas: el amor, el desamor, la droga, el futuro de las gentes de nuestro barrio, la moral, etc... Me quedo con lo último: la moral. Yo a la moral no la conozco bien. Me suena de vista. Pero no nos saludamos casi nunca. Y si lo hacemos, es por pura cortesía ante nuestros mayores. Simplemente por el que dirán. Para que usted me entienda, la moral es lo que hay que hacer según un código ético que nos han metido por la banda cuando mirábamos hacia el burro volador. Esto, como es normal, nadie lo cumple o lo cumple todo el mundo. Porque cada uno tiene su moral y hace lo que le viene en gana.
Un ejemplo: un hombre, que tiene la rodilla mala y la espalda dolorida, tiene una gran maleta roja que transportar. ¿Que hago? ¿Lo dejo en la puerta de su casa o aparco donde sea y que se las avíe como él pueda?. La respuesta la conocen me parece.
Un saludo y gracias por estos maravillosos días en tu chalet.