Mi madre aprovechó la final del Mundial 98 para irse. En el descanso trajo dos cervezas a mi padre, un anís a mi abuelo, me dio un beso y se fue. Nos quedamos viendo a Zidane hacerse leyenda y tardamos horas en darnos cuenta que ella no volvería. Cosas que pasan. Desde entonces vivimos los tres solos. Mi padre trabaja en una papelería, mi abuelo cobra una pensión y yo intento gastar lo menos posible. Llegamos a fin de mes y al estadio cada domingo sin problemas. Pero ahora es Navidad, no hay fútbol y mi abuelo tiene alzhéimer. Todos los días le pongo el vídeo de la final del 87 para que no se olvide que un día fuimos los mejores. Sonríe y duerme la siesta así. Pobre. Él, que fue contable de la tercera empresa de bombillas más importante del país y ahora no sabe ni como cambiarlas. Pero es feliz. Y más hoy, que los Reyes Magos le han traído una radio nueva. Es nuestro niño. Pequeño, débil, inocente. Se le olvidó que los Reyes no existen y no nos compra regalos. El alzhéimer tiene cosas buenas. Esa maldita enfermedad que le roba recuerdos a cada momento hoy le devuelve la ilusión. Él no sabe porqué, pero tiene una radio nueva y está encantado. La enciende, pone música y nos mira. Yo lloro y mi padre se va a su cuarto para que no lo veamos llorar. Es Navidad y esto es un cuento.
La moraleja es que siempre pierdes cosas para ganar otras. Sé feliz, por favor.
La moraleja es que siempre pierdes cosas para ganar otras. Sé feliz, por favor.