Mil creativos

Mi padre trae sin querer de nuevo a Monzó a este lugar sin lagares pero con lagartos por las paredes. Lo trae y lo deja en la mesilla junto a los suyos: Punset, Fuster, Santo Tomás, Benedicto XVI y otros de referencia para el hombre que me dio la vida hace más de dos décadas y que pronto se dará la vida a él mismo en lo que parece ser una espiral de hobbys y tardes de jardinería. También vuelve Abadía, ese economista canoso y amante de los canes como sus portadas dejan entrever. Todos vuelven. El verano es para volver. Casi más que esa Navidad mayúsculada y ornamentada que nos venden año si y año también desde los púlpitos comerciales sin pulpitos ni otros animales marinos que no sean crustáceos que a mi nunca me gustaron. En verano volvieron los que cruzaron el charco con mi misma sangre y solo se dejaron horas muertas entre ir y venir. Algo más se dejó la chica del pueblo de al lado al llegar al mostrador de la compañía de low-cost, pero de high-exigency. Son cosas que vuelven. Olvidos que nunca se fueron y recuerdos que nunca llegaron. En verano tenemos demasiado tiempo. Siempre lo dije y todos me oyeron, pero nadie me escuchó. La foto no es mía.