Hellraiser

Ni por beber whisky, ni por probar drogas, ni por practicar sexo o eso que llamar amor. El tono engreído, semibohemio e indiferente ya venía de antes. De esa época adolescente en que viajaba entre britpop, rockabilly, lecturas sobre culturas urbanas, desprecio del resto del país a través del fútbol, colecciones de bufandas inservibles e incómodas de acomodar en mi casa, NBA de madrugada, Adidas Gazelle blancas impolutas, miopía y astigmatismo. Allí se quedó el chaval que no sabía ver más allá de sus gafas y que ahora solo sabe ver e ir más allá de todo a través de las gafas que antes limpiaba por dentro y ahora lo hago casi por fuera. ¿Esta es la renuncia definitiva a esa identidad ególatra que llevo a gala? Lejos me quedaría eso. Solo es otro monótono tratado personal y transferible que transita mal acompañado del resto de trozos enlazados con pañuelos con olor a miel y sabor a alergia. Sabiondez y culturetismo unidos por la causa contra la hipocresía que se esconde tras pancartas, pero que pide que salgan esos que se esconden tras los escaños. Ciudadanos que se creen distanciados del macrochanchulleo mientras microchanchullean su pobre vida con su pobre sueldo, vendiendo en rebajas su pobre sonrisa de pardillo ante un cámara que duda de su vocación periodística cuando ve a La JuvenTú salir, beber,... el rollo de siempre. Pintar una pancarta, gritar a la gente. Y llegar a la cama (de latex) y joder que mamarrachada sin ti. Y al día siguiente, follo prito con fatatas pritas o algo así.