Me endulzas la vida

Cuatro y cuarenta de un martes como otro cualquiera. Un hombre entra en la sala abarrotada de caras silenciosas. Todos le miran. Lleva un maletín negro y las manos blancas del frío formando puños. Se detiene en mitad de aquel lugar, deja el maletín en un mesa y baja la cremallera de su abrigo sin apartar la mirada de cuantos le observan. Todos callan, pocos corazones laten y alguien recoge un papel del suelo. Introduce la mano dentro del abrigo mientras fijamente mira amenazante a una joven que, acongojada, le aparta la mirada. Él, sin pensárselo, saca un caramelo de fresa y se lo mete en la boca. Del envoltorio no se sabe nada.