Gemelos

Rubios. Con polo celeste dentro de pantalón corto negro. Uno con guantes, los dos con botines blancos. Juegan sobre la piedra rugosa beige del patio de su bloque. Son de buena familia. Los veo cada tarde. Parecen escandinavos. Suelen jugar solos, pero a veces se les une un típico niño español bajito y moreno. Menos audaz, pero peleón. Cuando no viene el moreno, los dos rubios estrellan una y otra vez el balón en cada metro de pared. El patio es grande y sufrido. Es un buen edificio. El mejor de la zona y, probablemente, del barrio. El balón es blanco. O lo era la primera vez que los descubrí. Desde mi ventana de la cuarta planta del edificio de enfrente solo son dos figuras danzantes. Ágiles e intensas. Son niños. Son gemelos. Me inspiran. Tarde tras tarde se colocan en el mismo lugar y hacen de su juego un rito. No sé sus nombres ni sus historias. Solo sé que cada tarde al volver de clase, yo me asomo por encima la valla y los veo. Y cuando llego a casa, los medio vigilo mientras sigo con mi vida. Que a veces es la de contar historias como esta. Aunque esta historia no tiene final, ya que ponga o no por escrito sus patadas al balón, ellos volverán a su lugar mañana. A su patio con su balón. Simple, bello, real.