Jerez y Xerez

Hoy he estado en Jerez. Quizás la ciudad que más he visitado después de Triana. Mi abuela paterna era de allí y he pasado algún que otro verano jugando entre las antiguas barricas de vino de las Bodegas Valdespino. El antiguo negocio familiar que fue muy bien vendido a no se quién hace ya algún tiempo.
Me he encontrado una Jerez limpia, para empezar. Simpática, también. Soleada, afortunadamente. Pero demasiado calurosa se ha puesto hoy para recibir a Noviembre. No he encontrado restos de escándalos políticos, excepto en el bombo de un chaval de las Juventudes Xerecistas. Debo reconocer que la localidad que titula este post es muy dada a alcaldes y promotores sospechosos, los cuales se juntan para decidir el futuro del equipo local con demasiada frecuencia. Este suele ser el tema casi siempre que me acerco por Jerez con mi padre. Esta ciudad y este equipo no van a ningún lado, hijo. Eso suele espetar mi progenitor.
Pero hoy el panorama era diferente. Viajaba a Jerez a verlo por primera vez en Primera. Representando a la provincia más sureña en la máxima división. Algo histórico. Campo a rebosar, gradas supletorias, colorido, hermanamientos varios y un sinfín de cosas positivas que me he traído mientras volvía en un autobús que pone Los Amarillos en el lateral y que por razones evidentes es amarillo. Color que, por cierto, no es muy recomendable en la ciudad del Fino.
Así que hoy duermo contento. No sólo porque Negregol y Luis Fallano hayan mojado, sino porque me he comido 5 bocadillos de carne mechada con mojo picón chorreante y una decena de botellines de la Cruz del Campo. Vaya día. Magnífico...